Definitivamente, la derecha no estaba preparada para gobernar. Veinte años fuera del Estado no fueron suficientes para renovar y preparar a sus dirigentes políticos y técnicos como para ofrecer al país un gobierno administrativamente eficiente, socialmente activo y políticamente competente. Antes de cumplir la primera mitad de su periodo, aparece como un gobierno cansado, incapaz de resolver los conflictos sociales que demandan mejoras en sectores que ellos mismos alimentaron mientras fueron oposición. Un caso paradigmático es la educación, durante los gobiernos pasados tenían recetas para todo, a cada escollo o mala evaluación, tenían una respuesta y proponían que ellos cambiarían las cosas. Pues bien, ahora que son gobierno, aún no sabemos qué es lo que van a realizar, porque del programa con el que fue electo el actual presidente, nadie se acuerda.

Este gobierno no tiene una visión estratégica del país que queremos, vive a la defensiva de la ciudadanía, reaccionando a las aspiraciones que alimentaron desde la oposición. Una coalición seria, que pretende gobernar de manera responsable un país, mientras está en la oposición, se prepara para hacerlo, no sólo en materia programática, sino también respecto de las personas responsables de implementar el programa. En estas materias lo que ha predominado es la improvisación, no sólo en los nombramientos relevantes como el de ministros que duran solo horas en sus cargos, sino en la carencia de personas competentes y comprometidas para asumir responsabilidades en el servicio público, tan es así, que se ha tenido que recurrir una y otra vez a políticos que habiendo sido elegidos para cumplir la función de representación, sin ninguna consideración por sus electores, han sido seducidos por un cargo ejecutivo burlando a la ciudadanía con reemplazantes designados.

El presidente no cumple sus compromisos. Prometió a destacado analista político -con el objetivo de ganarse su adhesión en la campaña electoral-, que no integraría en su gobierno a alguien que hubiese estado involucrado en el gobierno militar, a poco andar, por todo el estado, desde los ministros a jefaturas de servicio, vemos antiguas caras que nos recuerdan ese pasado. Lo mismo ha ocurrido con los conflictos de interés, algunos de los cuales ya han sido objeto de escándalo o están en tribunales de justicia. Prometieron terminar con la delincuencia, usaban frases como: “en nuestro gobierno se les acabará la fiesta a los delincuentes”, y ahora vemos que el ministro del interior responsabiliza a los canales de televisión por la profusa actividad delictual con que inician los noticiarios, ante el aumento de la delincuencia en el país.

La agitación social de estos días da cuenta de una falta de liderazgo en la conducción del Estado, por doquier surgen reivindicaciones que nadie es capaz de canalizar institucionalmente o enfrentar en un espacio de deliberación, en el cual podamos escuchar a los gobernantes argumentando las razones de sus decisiones. La actuación en el espacio público requiere de deliberación con los ciudadanos y sus representantes sin descalificarlos porque tienen opiniones diferentes. Requiere además, que las autoridades tengan la capacidad de dar razones de sus actos o de sus superiores en el ámbito de sus competencias. En el mundo actual es imposible pretender gobernar de espaldas a los ciudadanos, a los electores; la apertura de los medios de comunicación, su transversalidad y pluralismo, hacen imposible pretender que con una actitud de fronda propia de tiempos añejos, se enfrentarán y resolverán los complejos desafíos que son preocupación de los ciudadanos y que los gobernantes debieran asumir con urgencia.

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